Hay una esquila desbordada en los retratos de la pared, hay una sirena
cantando en medio de la estrategia que tiene el olvido sobre la memoria, hay
una máscara sobre el español de las palabras clandestinas, hay un arroyo de
subjetivas y artísticas burlas en este instante en que voy corriendo sobre mi
escases, escases de fracasos y hambre de doctrinas sin éxitos a la vez,
retorciéndose en la bruma de la soledad, me faltan los ojos, las cuencas vacías
en medio de una sombra agonizante que se
exhibe en el interior de mis ansias.
He tenido todas las tablas de un reloj en mi cabeza, cuanto quisiera
volver a casa después de tantos años
escondido en ella, volver a la ventana por donde salgo en ocasiones en aquel
álbum que me hace sonreír y parece que de tan blanca la sonrisa cada
nube de este cielo es negra como la arena
del pacifico
.
La ilusión cayó del presente por un canal ausente y
sin medidas ; y sin consuelo para contener sus mieles, somos en un
minuto como la voz de las algas reverdecidas de toda calle y toda cicatriz en
los ladrillos y toda muralla, y todo golpe en la frente, y todo cántaro roto en la fuente.
No quiero más del movimiento, no quiero más
del espacio, más del sueño. Ha de ser mi
sangre más de la mirada de mis métodos,
los métodos de la niebla donde mi conciencia tiene el método de los extraños, no quiero más del riesgo
ni tampoco de la osadía, si un eclipse me agobia al amanecer beberé en el balcón de mi ciudad una gota de
desanimo, y mil ríos de locas esperanzas.
Que nada ya tiene de aceite y de unción en mi cabellera envejecida, que nada de añoranza por esa primera vez en que fui el juguetón arbitro
de tirapiedras y mariposas, de abejones
y tamarindos en la pradera de mi isla, cuanto sin ver ese broche de mama prendido junto al pecho
mientras me besa y el corcel negro de su pelo despeñado espalda
abajo, como una avalancha que cae en mi cara, cuanto de ese tanto que
tanto ya falta
Volver
a casa, volver allí donde empecé
a nacer todos los días en la crecida del
niño mojigato e imberbe de plastilina y algodón
en la mano, volver al trillo, al sinsonte disparatado que canta sin hora y sin puertas en el horizonte, yo me muero por las
bibijaguas que me hacen ver, por los papalotes que me hacen sentir y las
olas de la playa que me hacen imaginar, crear, reír, saltar y llorar en las
faldas de la luna.
He visto hoy una mesa de cedro, he
detallado cada fibra enramada en la madera y cada línea desnuda en su geometría
sedienta de párrafos, como un cosmos rectangular
bailando en una arquitectura inmóvil. He envidiado su utilidad y su integridad,
ignorante e inanimada. Su papel inocente
de sumisas formas, su apasionante desempeño al servir, como cordero de
elegantes vestiduras, y he pisoteado al pasar el último de mis cigarrillos.
Estoy cayendo por el
borde de los oleos de un Guernica, de un Goya y de un libro mordido por los
años y las polillas. He asesinado mi certidumbre, mi sosiego y he marginado mis
dedos escribiendo cosas que ya nadie
entiende, mientras aun los trenes navegan por los túneles de los poros de todo
el país desarmado en una sola telaraña,
repartido en una sola pieza sin la compañía de una mano tibia, de un tambor en
los labios cual rumba de besos, allí donde de mujer te tiñó el pincel de Dios.
A veces escribo cosas, azules como si
fueran manantiales del universo en la mano, a veces busco que la prisa contente los torrentes de la imaginación y se precipite sobre una hoja en blanco, a veces
quiero ser la historia para contarme actuando y destrozar estos cimientos de
pasos adormecidos por la muda diestra, a veces quiero poder juntar el destino y
hacer que suceda.
Leonel CASTELLANOS/Ogbe She.
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