El
canto de tantas palabras perdidas lleva de rojo y de pequeñas celdas
apuntaladas, en sus barrotes mas húmedos
retorna la fuerza de los intrusos y campanas de destierro repican en las
alfombras de sus sombras.
Una muralla de niebla entorpece el viaje del día,
proliferan en los suburbios entonaciones
de diálogos inconclusos, me detengo en la puerta de los horizontes con el
cuchillo de rebanar la ilusión y para entonces mi fe es un sitio desolado.
Bendito
canto de dolor, bendito auxilio de
repetidas ausencias es mi pena, con acrobacia y mascara se abre el escenario
cotidiano. Bufón de pantuflas y taza de café es mi balcón desierto, trampa para madejas de recuerdos, silla de
sentencias y fuego ensortijado en la
órbita de los ojos lánguidos y desorientados me acompaña.
En
estas tierras lejanas, las cordilleras son entablados telones, hay estaciones
que por momentos cubren de lodo y nieve
sus cimas, es tan fría la tarde como el pasar de los caminantes por las aceras,
la mano cálida no sabe del abrigo que
corona, no hay en ella un ápice de nocturnas acogidas y mil sombreros deambulan
por debajo de las antenas y los carteles digitales, soy un cazador en medio de
un grano de arena gigante, soy un vicio
de la bohemia sin el contrabando
de las hospitalidades, soy carácter y soy hierro.
A
veces me raspo la cara con los dedos, porque se convierte en una pared, una pared con forma de cara,
ovalada, barbuda y taciturna, a veces es mi rostro un retazo de madrugada, a
veces es mi boca una amarga caverna de oscuras y silentes ecuaciones. Si tomo
un libro en las manos solo observo las primeras líneas, el teléfono entona un
himno constante de números. Vivo en un edificio de pasillos largos, de elevadores
demorados y vigilantes, vivo en una
calle de taxis y bicicletas, vivo en una ciudad de zombis que trabajan y
duermen.
Un vino barato y una vela más barata aun,
reposan cada uno frente a mi cuando la noche cae deliberadamente, una canción
rueda por los oídos, las sirenas de bomberos y policías circulan por las
trastienda de las ventanas, las muchas luces de las torres finales en las
azoteas son crepúsculos inocentes e
intermitentes y yo soy un juguete de mi
almohada, mi cama una trinchera, mi desesperación un fusil y el temor un ejército. Hace mucho dude para
escribir este cuento donde me expongo, por temor a que nadie lo leyera, pero la
razón de decir, me convenció a hacerlo.
¿Que es el optimismo sino un temor al
pesimismo?, o ¿que es dudar al cruzar la
calle sino es un temor invisible a los autos?
El
temor te invade, pero pocos hablan de eso fuera de una crisis, temen al
bochorno, al descalabro mental que
produce la burla, temer a sentir temor es más que dudar a ser valiente, o ¿será
una falta de razón lógica que nos hipnotiza los sentidos?, ¿será tal vez el
temor al hambre lo que nos hace comer o es el temor a estar solos lo que nos
hace reunirnos?
¿Hay
razón en el temor, o solo estoy dudando de que exista otro motivo para hacer
las cosas?
Tan
enormes esos motivos en ocasiones y tan
poco el boleto de satisfacción, crear
enormes estructuras a nuestro alrededor contiene ese deseo de que sea grande
todo lo que tenemos, es la abundancia aquello que opaca nuestro temor a la escaces,
Conocer tantas cosas es lo que nos permite saber que decidir, ¿pero
que pasa cuando lentamente una duda nos nubla todo y caminamos por raíles hacia
la razón de que el miedo es mental?, ¿pero porque si es mental se me aprieta el
pecho ante esta duda?
Hemos
temido siempre, a la lluvia, a la muerte, a la ansiedad, a la soledad, y hemos
sido bala disparada sin rumbo, y hemos sido marioneta, presente, pasado,
catarsis, salto, golpe, soberbia,
orgullo, abandono y hoja marchita.
Sonreír
es un lujo cuando nace del alma, sonreír como un parque lleno de palomas
blancas y agua cristalina es una hazaña de pocos, sonreír como un tren que
recorre la avenidas de las lindas emociones es un pan para el mendigo, es una
oración para el cristiano y es un sueldo de millonarios en estos tiempos,
sonreír es paz y es un joven manantial descarrilado debajo de un roble
verde y marrón sin frenos.
Y
yo después de todo solo puedo sonreír cuando estas junto a mí. El resto de mis
minutos es duda y temor a que no llegues.
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