Palabras Cubanas

Un Blog de Leonel Castellanos Rodriguez

LOS ÁNGULOS INCLINADOS DE LA MANZANA.




Por Leonel Castellanos Rodríguez /periodista/ escritor.




Serian las 2.30 de la madrugada, recuerdo que desde hacía varias semanas el asma me había dado noches de desamparo, en deshonesta estocada, perdiendo la calma necesaria, creo que el instante que sitúa el inicio de esta historia, acurrucado en las mantas de mi infancia, soñaba con un bosque de caramelos o algo así, como por una saeta atravesado fui, con un llamado que traía prontitud, tenia espanto en todas sus palabras y tenia confusión, pero entenderlo me tomo muchos años.

La Habana en esos días, era un rio de reclamos, el régimen totalitario convocaba a encontrar salidas emergentes, la Embajada del Perú en ese año 1980, fue una de estas.
Aglutinados varios ciudadanos llegaron a sus muros en la propia madrugada que a mí me despertaban. Por contar estoy, disolviendo el sólido metal del recuerdo, todo aquello que en sello de odisea perdura, hay tantas cosas que quisiera relevar y veo que son tan pocas las palabras, sucede a veces, pero imagino que muchos como yo han padecido este sentir de estar en la encrucijada de la narrativa, que nos lleva de lo real a lo testimonial y que siempre nos comprueba que se queda algo por escribir o por decir.

La Habana, con sus edificios de medio siglo, envejeciendo en los escombros de un paisaje decadente, con sus calles abarrotadas de transeúntes intranquilos, enamorada de la rumba golpeada a corazón en los cueros de un tambor, la Habana, mi Habana, novia perfecta de mis anhelos y melancolías, nostálgica postal versada en la distancia que hoy me arriba en vuelo sutil pero relleno de complicidades perpetuas. Dícese de ella también que de damisela triste andaba por los rincones del espacio que la enmarca escribiendo paginas que hoy descubro, para sin secretos verse defendida en ellas nuevamente.
Listos entonces, la voz en pluma escondida, listos los oídos y las almas, listos los apuntes, listos los comienzos, paso al primer acto con enorme incondicionalidad.


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Hacia unos años no habíamos mudado a ese pequeño apartamento, en Centro Habana, luego del divorcio de mis padres, era de una sola pieza , y a mí me gustaba mucho porque así dormía junto a la cama de mi madre, y a veces en las noches frías, podía desde mi cama verla, y quedarme con la mirada fija en su rostro, o cuando no, me pasaba de una cama a otra para perderme en su regazo, en el mejor de los casos una historia o un cuento de hadas podíamos compartir, daba lo mismo, si era contado por su voz.
Las ventanas daban a las azoteas vecinas, de edificios más pequeños, podía en ocasiones empinar mis papalotes desde ellas, y ver como se perdían entre las antenas televisivas y tropezar con el horizonte urbano, que en circular mandato me incluía.

Mi madre trabajaba en la pizzería Buona Sera, en la calle 23, era cajera de ahí, solía traerme recortes de queso y pizzas, que en esos años eran un regalo, a veces los amigos de ella y de la familia se reunían en mi casa a tomar un buen café, que ella lo hacía fuerte, o a cenar , pues también tenía un sazón incomparable, se hacían chistes , de esos que le llamamos calientes, y cuando no un buen domino, donde se ganaban frijoles con valor de 20 centavos.
La escuela quedaba cerca, la maestra Josefa, impartía las clases sin tanto adoctrinamiento ideológico, tampoco existían las tele clases que actualmente rellenan la poca función del maestro, y el deporte complementaba el resto del día. Mis amigos de entonces perseguían insectos voladores por los jardines que alrededor encerraban al claustro y el equipo de beisbol era el mejor de todo el barrio, mucho más si se llevaba a Luis Manuel, el profesor guía , que siempre nos animaba con eso de que si ganábamos nos llevaría por el rico helado.
Años después comprendí su optimismo, y su amor por nosotros, cuando me enteré que murió de las secuelas que le quedaron tras participar en la guerra de África, en el año 76 los restos de una granada le habían destrozado los testículos y parte de su estomago, por eso no tenía hijos.
Con nosotros la abuela María vivía también, y éramos felices, al menos era lo que siempre creí, pero la llegada de René, trajo cadenas que para la época serian grilletes inquebrantables, René era negro, de piel, de pelo, de ojos, pero su corazón tan puro como cualquier nube que junto al sol habita.

René había estado encarcelado por sus ideas algo contestatarias al periodo que había llegado en el 1959, y que tenia sumergida a toda la isla, periodo manipulado en cierta medida por la ideología soviética y que a muchos no le interesaba, a fin de cuentas, la economía cubana dependía en un 80 por ciento del campo socialista y quizás eso era lo que más tranquilizaba al cubano, aunque habían verdades de descontento y discriminación en muchos órdenes que no sé si lograré abordar en este relato.
René tras las rejas se hizo amigo de mi tío Rafael, quien por razones políticas también sufría cautiverio, en una de esas visitas se conocieron y ya en libertad se unió a mi madre en una relación poco aprobada pero intensa y mutuamente correspondida.

Abuela María, descendiente de españoles, de las Islas Canarias, de la Madre Patria, tal vez aun percibía que el amor entre dos seres sería mucho mejor si ambos son del mismo color, no asumía la abuela mía los contrastes, como ese verdor y rojo intenso reunidos en la misma rosa, y protestó al principio, y protestó después y protestó siempre. Así que se resignó el día de la boda, a dar su bendición sin dejar de mirar los tomeguines posados en la reja de entrada.



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Así empezamos a viajar los fines de semana, hasta la casa de René, en Los Pinos, una localidad apartada del centro de la ciudad, allí escuche por primera vez hablar del tema.


Mi Madre dijo _ pronto volveré_ en aquella tarde en el portal, junto al árbol de mangos que sembrado en medio del patio, daba sombra. Hasta ese momento la vida era una aparatosa algarabía de juguetes y cariño en equilibrio repartido. Yo escuché la frase, pero no reparé en ella, al fin y al cabo los niños no se inmiscuían en la conversación de los mayores. El día de la partida llegó y yo en él me volví polizonte.

Llegamos en esa madrugada, René me subió a sus hombros y traspasamos el cordón de obstáculos humanos que asediaban los muros y cercas, cual murallas. Alguien desde dentro me sostuvo hasta llegar al suelo, le siguió el turno a mi madre, quien disimulaba el miedo con maquillaje de una osadía sobrenatural que jamás había observado en ella.

Varios días después sus ojos estaban dentro del recinto de la embajada del Perú, sus ojos en mirada intermitente me vigilaban, la situación se había vuelto difícil después de la muerte de Pedro Ortiz Cabrera, uno de los uniformados que guardaban la puerta, las conclusiones de criminalística determinaron que fue alcanzado por una ráfaga de un fuego cruzado entre militares, pero el régimen se ocupó de dar otra versión más conveniente para sus propósitos en esos momentos, fue tan solo una semana, que sería un calvario en una dosis pequeña pero altamente volátil.

Fueron horas sentados junto a una palma que centraba la parte de atrás de las oficinas donde se discutía la situación de los miles de cubanos que se adueñaron del lugar. Fueron horas, o días o años, perdí las perspectiva del tiempo, la noción de lo que ocurría, me quede sin conceptos, sin conclusiones, no pensé, no opine, solo me escabullí en la noche y en el sol intrépido que venía y se iba con la prisa cordial de su trabajo real y natural que todos conocemos.

Afuera las filas entretejidas de casquitos blancos, hombres y mujeres vestidos de milicianos,( uniforme conmemorativo después de Playa Girón), policías, y varios simpatizantes que gritaban muchas cosas que yo no entendía, adentro el hacinamiento y la violencia hacen gala en una fiesta sin agua, ni comidas, y donde el vino de la calma y la concordia no fue invitado. Hubo incidentes frente a mí que me enmudecieron, mujeres violadas, robos, agresiones con armas blancas y golpizas, una jungla en plena supervivencia.

No pasaba un cuarto de hora sin que un hecho nuevo se suscitara.
El asma, enfermedad que me afligía desde mi nacimiento , ahora en mi menudo cuerpo de 11 años, corrompía su tranquilidad y más de una vez el grito de desesperación y el llanto de incertidumbre me esclavizó a la noche, que a pleno cielo tapaba la piel, cual sabana insólita.

Mientras mi madre me calmaba, me contaba sobre ese otro país de maravillas y edificios gigantes y de un parque de diversiones que eran los carros locos y los castillos los dueños del lugar, y que allí, justo allí vivía Mickey, ese ratoncito que tanto adoraba.
Así fue que en un ataque agresivo la ambulancia me trasladó al hospital Marfan en el centro del Vedado, agujas y jeringas, placas y batas, entubaciones y esparadrapos, todo menos Mamá hicieron de una faena entre la vida y la muerte un canto glorioso al vivir, pero que más tarde sería el vivir en la ausencia.
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Los grandes botes llegaron en la mañana por el puerto del Mariel, atracaban con banderas que no eran cubanas, pero se llevaban almas cubanas, maestros, bodegueros, ex militares, presos políticos y comunes, niños, ancianos, de todo, y todos, el padrastro, la madre, y los tíos, muchos fueron repartidos como cajas de mercancía en Panamá, Perú y otros llegaron a Miami, pero EL no los acompañaría.
Ahora la abuela seria el mástil que guiaría la travesía de su vida. La imagen diciendo adiós con un pañuelo blanco entre el vaivén de las olas, es un óleo aun fresco en la memoria.

Pasaron los años y el árbol de mangos se seco, a veces llegaban cartas, dinero y postales, otras llegaba veces la tristeza, la ansiedad y las preguntas sin respuestas, a veces la abuela se ponía dura y le imponía olvidar, pero tan difícil era como vivir en la utopía que un día todo sería distinto. Una vecina de nombre Ramona dejó que un hijo con sus dos nietos se fuera también, vivía destrozada, me adopto en alguna medida, y era bueno porque siempre había un flan, un dulce coco o un cucurucho de maní, esperando al regreso del colegio.

Se puso de manifiesto en cada cuadra, reuniones de todo tipo, se creó una campaña contra el “divisionismo ideológico”, se presumía que el éxodo masivo del Mariel había sido provocado por una infiltración de corrientes ideológicas pertenecientes al mundo capitalista y así como ocurrió en China, era hora de eliminar todo vestigio de esa “anomalía”.

Por ello, las marchas, las citas, y la propaganda televisiva no cesaban, los discursos de Fidel tomaban entre 4 y 6 horas, (…. a veces era, desde mi óptica infantil), verlo y escucharlo admirable, por la oratoria de un mesías, se desarrolló mucho en Cuba el culto a la personalidad, el método Stalinista en este proceder dio muy buenos resultados, parecía la gente zombis, seres de otro mundo, en una viva y completa hipnosis.

Pero no había nada en la radio o en la televisión que enunciara la suerte de los que se habían ido, había que olvidar, tenía que olvidarlo todo, sentir nostalgia por mi madre, extrañarla era una traición, era debilidad, era inconcebible, había que callar, por todos lados existían ojos y bocas listos para mirarte y criticarte, había que sufrir en silencio.

Siguió pasando el tiempo y crecí, surgieron nuevos amores, nuevas metas, y nuevos deseos de emigrar, pero los cambios políticos no traerían un cambio para instaurar la cercanía del abrazo deseado.





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Pasaron unos quince días, luego del primer mes de la partida, llego una citación del consejo de estado a casa, debía presentarme con algún familiar en la escuela Leopoldito Martínez, situada en carretera Managua, en el Municipio Arroyo Naranjo, la escuela era para niños de la patria, según el Ministerio de Educación era lo mejor para mi, niños con problemas de conducta, hijos de padres con problemas de drogadicción, de abandono y abuso sexual, ahora se le sumaba a los supuestos huérfanos de los desterrados por el Mariel.

Su director en aquel entonces Nelson Rivero, me recibió, con abuela y maleta, en la puerta.

La primera entrevista me pareció un desastre, el trauma creado por sus palabras me persiguió por un tiempo indefinido, no atendiendo a mi dolor, el enjuague de cerebro no demoro en hacer sus efectos, el señor no se cansaba de repetirme que me habían abandonado, que una plaga de gusanos quería destruir un sueño construido con honor y transparencia,( así consideraba él un proceso revolucionario que le habían asignado defender). Que allí encontraría mi nueva familia, que sería una carga para mi abuela y que mi casa, serian esas naves al fondo de los campos sembrados de tomates y cercados por mallas metálicas de 2 metros, que el olvido seria la dosis perfecta para mis dolores y mis nostalgias.

No pude evitar sentir una combinación de todas las emociones posibles, de todos los sentimientos concurridos en un mismo punto.

Minutos más tarde mi abuela se despidió, y yo y mi maleta pasamos a ser miembros del programa Hijos de la Patria.

La primera noche, el principio exacto de mi condena, no dormí, sentí tanto miedo, que casi desfallezco, en la tarde algunos de los niños que me rodeaban se acercaron a mí con la idea de saber quién era, todos tenían hambre, así que cuando saque una lata de leche condesada y unas galletas se formó un festín digno de mendigos alegres.

Un año en esa escuela me marco para toda la vida, con apenas 12 años tenía que levantarme a las 6.30 para trabajar en el campo, las tareas agrícolas eran variadas, agotadoras, interminables, la comida era una constante pi, muy bien conocida por todo los cubanos, los albergues se mojaban en días de lluvia, y las peleas eran constantes.

Profesores de bajos escrúpulos convivían con alumnas de 13 años, por un examen o por una barra de chocolate, los robos y las entrevistas de sicólogos, metodólogos, y de salud, daban siempre satisfactorias, cosa ilógica pero así fue.

Pronto gane una beca para la escuela de arte, el único niño, que logro terminar todos sus exámenes por encima del 98%, así termine el 6to grado y logré irme de el infierno.

Poco a poco se murió en su propia agonía, el recuerdo, la costumbre hace maravillas
crueles, se crean hábitos que te cubren de una coraza inmensa y como sin un núcleo, vives, el tiempo se volvió aliado, dios se volvió aliado, el estudio, los como yo, nos hicimos aliados, y cuando me di cuenta, ya era casi un hombre.



(………………)


Un día llego una misiva, la traía una señora de la Comunidad, yo pensaba que era un país, la señora me hablaba casi en ingles, me contaba historias, me inyectaba en la imaginación bloques tan pesados de palabras y razones, que no quería salir de ese mundo de Alicia, me conto que mi mama hacia trámites para sacarme del país, que terminara de estudiar, que fuera paciente, que no me preocupara que ya pronto la vería, que allá las cosas son distintas, que existe una libertad que no conozco, que todo era mentira en la isla, que abuela iría después, y tantas otras cosas………………….

A las semanas de irse a quien denominé” la señora de los tenis blancos”, llamaron a casa de Ramona, la vecina del 103, de pronto sentí un grito que casi me revienta los tímpanos, venia de los bajos del edificio, me llamaban………… teléfono ….tu mama…… por poco me rompo las rodillas, corriendo por las escaleras, y allí estaba su voz, llegándome a lo más hondo , cuando dijo….. Hijo en temblorosa entonación casi grito, pero no, solo pude responder con enmudecido acto. Como en enmudecido acto se quedo mi vida hasta hoy.

Abuela murió, escribí en una carta, culmino la carrera este año, te extraño mama, no sé que voy a hacer sin ti, por favor respóndeme y dime cuando estaremos juntos, porque te fuiste ?........ Ahora soy casi un hombre pero sin familia, que pasa que no me llamas, te quiero mucho mama, pero las cartas demoran tanto como madurar y aprender a despertar cada día con el llanto y ausencia servidos en el desayuno, y acostarlos en la almohada en la noche.
Nunca más supo el destino de los que se fueron, han pasado casi 30 años y ya la pena es una costumbre, que viaja con El y su pequeño hijo por los parques y fuentes de una ciudad que todavía dice adiós, todos los días, a los que sobre el mar extienden sus pasos.

Se convirtió en señal la partida de muchos, a partir de ese año, casi todos los meses te enterabas de la marcha de alguien del barrio, un artista o un dirigente.
Durante años la guerra a conveniencia entre las dos orillas,……….. a la manera de decir de Carlos Varela……………ha traído una tortura que perdurará por siglos aunque un día se desplomen los cimientos insensatos e incongruentes que sostienen el conflicto. Sirva esta crónica de señalamiento y memorándum no solos a los que se fueron, sino también a los que se quedaron.




Mi madre falleció el 29 de septiembre del 2009, junto a René, en un accidente automovilístico en la ciudad de New Jersey, Estados Unidos, contaba con 67 años, aun en el momento que Dios determinó su acogida en el más alto de los cielos, persistía en la idea de que nos reuniéramos, intenté por diferentes vías que este encuentro se consolidara, pero el destino ingrato e injusto, desvió su curso y solo queda en la promesa, una leve brisa de frustración y desvelo……………………. FIN.

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